lunes, 2 de febrero de 2015

Las nueve

 Sigo tirada en el sillón. Bebo un poco de agua mineral que está sobre la mesa mientras mi jaqueca va in crescendo. Tengo la fuerte sensación de que no he encontrado al joven correcto, si me preguntan la causa, no sabría responder. Es como algo sobreentendido. Existe algo que no entiendo aún así, y es que no puedo comprender por qué no olvido a aquel muchacho, sí, ese muchacho precisamente. Ya son las nueve de mi modesto reloj made in China, lleno de polvo entremetido imposible de sacar con el más fino de los paños. Alguien desliza el cucharón por las cacerolas, lo sé porque lo oigo desde el living.
Al agua mineral se le fué el gas, lo bueno es que no me voy a hinchar como cuando me dan ganas de tomar leche. Claro, soy un poco intolerante a la lactosa, aunque creo que todos tenemos un poco de eso. Agradezco no ser celiaca, porque me encanta el pan sobretodo las marraquetas de la vuelta, donde la tarro de piedra.

 Había llegado a pensar que como había entrado a la Universidad mi vida cambiaría, quizá tener más vida social, una época de Pericles para mí. Pero es igual que en la media, sin guerras con bolas ensalivadas, sin mujerzuelas sobre la mesa a pesar de todo. No me gustaba ir al colegio, puta que no me gustaba, el timbre me hacía tiritar y no se lo contaba a nadie. Por ahora azotaré los pies sobre la cerámica, cada baldosa guarece en sus bajorrelieves  mucha mugre paleolítica. Está helado como piedra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario